La insatisfacción, las luchas de poder y el silencio están sustituyendo a la tradicional fanfarria de la moda. En lugar de grandes debuts, estamos asistiendo a cancelaciones de última hora, cambios bruscos en los equipos y constantes especulaciones que alimentan una atmósfera de incertidumbre. Cada vez está más claro que la crisis del sector no se limita a las ventas, sino que tiene que ver con quién ostenta realmente el poder.
                                                                    
Versace ha cancelado su desfile en la Semana de la Moda de Milán, lo que ha conmocionado a los medios de comunicación especializados en moda. En su lugar, la marca organizará un «evento íntimo» para presentar a su nuevo director creativo, Dario Vitale. En una industria en la que un debut suele parecerse a una coronación, ese silencio se percibe más bien como una señal de alarma.
El conocido informante BoringNotCom ha echado más leña al fuego al informar sobre un ambiente tenso entre bastidores, marcado por disputas sobre la visión y la ejecución. Se esperaba que Vitale presentara un proyecto con una estrategia clara, pero al parecer los resultados no estuvieron a la altura, lo que llevó a la cancelación del desfile. Según las filtraciones, Vitale se incorporó antes de que se cerrara la adquisición de la marca, y los actuales propietarios no están dispuestos a financiar un espectáculo cuyo éxito beneficiaría a otra persona.
¿Quién está realmente al mando?
En los últimos meses se han producido dramas similares en el mundo de la moda. La fuente más común de tensión es el choque entre el mundo antiguo y el nuevo. Los directores creativos suelen llegar con sus propios equipos y esperan que la casa se adapte a ellos, y no al revés. Esto conduce a la sustitución de departamentos enteros, a fricciones con la dirección, a filtraciones y a una frustración creciente.
La geografía también influye: cuando una marca se gestiona desde Milán, pero su director creativo vive en Los Ángeles y solo visita la oficina una vez al mes, la tensión es inevitable. En el panorama británico, circulan rumores sobre dos diseñadores de renombre que incumplen repetidamente el pago a su personal.
El director creativo como chivo expiatorio
Cuando surgen problemas, el director creativo suele ser el primero en cargar con la culpa. A menudo se les describe como visionarios difíciles que no saben adaptarse. Pero quizá el verdadero problema radique en el sistema.
Las casas de moda actuales no se rigen por la creatividad, sino por estrategias corporativas, inversores y resultados trimestrales. A diferencia de lo que ocurría en la década de 1990, cuando Tom Ford, con carta blanca por parte de una dirección desesperada, presentó una colección icónica para Gucci, los directores actuales se ven limitados por parámetros muy estrictos. Se espera de ellos que desarrollen un estilo distintivo, pero sin alejarse del manual de la marca. En realidad, ejecutan la visión de la empresa, no la suya propia.
Entonces, ¿a quién debe satisfacer un director creativo? ¿A la dirección? ¿A los clientes? ¿O a sí mismo? ¿Y qué ocurre cuando todos protegen sus márgenes mientras el alma de la moda se desvanece? Muchos de los jóvenes diseñadores actuales son obstinados, intransigentes y reacios al cambio. Esto, combinado con la presión corporativa, crea un entorno tóxico, tanto para las personas involucradas como para el producto final. El resultado es una solución de compromiso. Y un compromiso que teme al riesgo nunca hará historia.
La moda bajo la presión de los estados financieros
En un mundo en el que cada decisión se mide por el retorno de la inversión inmediato, no hay lugar para segundas oportunidades. Mientras que a Yves Saint Laurent se le permitió recuperarse del fracaso, hoy en día solo hay silencio, despidos o desfiles a puerta cerrada. ¿Qué falta? Valentía, tolerancia con los errores, paciencia.
¿Qué queda? Exceso de trabajo, frustración, filtraciones y cotilleos interminables, rumores que, irónicamente, a menudo revelan más sobre la verdad que las declaraciones oficiales.